domingo, diciembre 23, 2007

CINE DE VERANO


I

Yo era un niño.

Proyectaron en el pueblo la última película
en el cine de verano
cuando yo todavía era un niño.

¡Aún lo recuerdo!,
un caballo se desbocaba

contra la desconchada pared
y la diligencia saltaba por los tejados
huyendo como loca de los bandidos;
y a algunos de los asaltantes
les brillaban, especialmente, los ojos.
Y resultaban ser gatos
a quienes se les venía encima
una ensalada de tiros.
Y ellos, ¡tan valientes!,
cómo aguantaban impasibles
la afilada mirada del sheriff
y su aliento oscuro
a tabaco masticado.

Pasado el peligro,
dormitaban ajenos
al interminable travelling de la chica
y al ruido de tren eléctrico del proyector.

II

Yo todavía era un niño.

Mi madre nunca podía venir al cine.
Yo me llevaba la silla más vieja de mi casa.
La silla tenía el asiento de anea
igual que las diligencias.
¡Cómo huía yo de los pistoleros
comiéndome el bocadillo en el pescante!.
Esas noches volvía a casa
con la silla asentada en mi cabeza
protegiéndome de las flechas de los indios;
pegando tiros a las sombras
con las balas que le quedaban en la recámara
al barnizado fusil de madera
que siempre se caía del respaldo.

III

Yo todavía era un niño.

Yo miraba a la chica a los ojos,
¡tan azules, tan luminosos!;
y ella miraba al chico,
y el chico la miraba a ella
con los ojos encogidos.

Pero siempre sucedía lo mismo:
si avanzaba más de tres pasos hacia ella,
se estropeaba la cinta
como si al proyector
le hubiera dado un golpe de tos;
( los hombres y los chicos mayores silbaban,
las mujeres cuchicheaban al oído,
los niños comíamos pipas )

La chica y el vaquero
siempre tenían los labios húmedos
después de un beso.


S.H.
9, agosto, 1997

sábado, diciembre 15, 2007

EL TELÉFONO

(S.Hidalgo)

Desde el coche
el paisaje es una película verde
a velocidad desmedida.
Los árboles se abrazan.
La carretera horada a dentelladas
túneles en la roca.
El sol simplemente se manifiesta.

El teléfono.
Un número anotado en el dorso de una entrada
al Museo Interactivo de la Ciencia.

(En el cuello tengo dibujado
tu insistente ruego de una llamada
que sabes que, de cualquier manera, haría.)

El auricular tiene un mortecino tono
de electroencefalograma plano.

¿Estás ahí?

Hace frío.
La tarde no va a ser capaz
de detener a la noche por más tiempo.
Los coches comienzan a acercarse
con los ojos encendidos,
como gatos alimentados a pilas.

¿Estás ahí?

El último tono ha dejado en el auricular
un sobrecogedor silencio;
y, al cabo, acude un empleado,
como un juez de guardia,
a certificar la muerte del teléfono.

S.H. , Julio 1997

lunes, junio 25, 2007

CORAZÓN DE VIERNES

(S. Hidalgo)
Tener un corazón de viernes
no tiene mayor significado
que sufrir un galimatías en el alma
y una enemistad caprichosa
con la anunciada
- ya desde temprano-
sensación de vacío en el estómago.

Un corazón de viernes
relega drásticamente
cualquier mal recuerdo
con aspecto de miércoles o de lunes
a la sentina del olvido.

Un corazón de viernes
no encuentra calles ni pájaros,
no se halla entre desayunos y períodicos,
ni siquiera le fascina
un blanquecino roquedal de nubes;

sólo le conmueve
las detonaciones del silencio.

Un corazón de viernes intuye
que nada sucederá,
previsiblemente,
al levantarse de la cama.
Acaso aparecerá una secuencia de lluvias,
enérgicas como un enfado,
instigando la debilidad
de las nervadas cúpulas de los paraguas.
Acaso se desatará ciega la tormenta
y, sobre el cristal de la ventana,
dejará en braille escrito
un mensaje ininteligible y fugaz.

Un corazón de viernes es un síndrome
que aún no aparece en el vademécum
de la psiquiatría moderna.